Ella siempre se mostraba imponente y feliz con su vestido de bodas. La sonrisa marcando sus finos labios rojos y las mejillas de porcelana llenas de rubor.
Hace veinte años, el cabello largo y ondulado se pintó de rojo para darle la bienvenida a un nuevo vestido con rubíes incrustados en sus pliegues, en las mangas y en el borde del corsé. Después de diez años más, fue cortado para que el nuevo vestido ceremonial se ciñera a su cuerpo luciendo un hermoso collar de perlas que el anterior corte no permitía mostrar.
Siempre feliz, y dándole alegría a todas esas futuras novias que, ilusionadas, la miraban para seguir su ejemplo y lucir bellas en ese precioso día; pero lamentablemente, no sería así por mucho tiempo.
Hoy, su cabello desgastado es sustituido por uno nuevo. Sus colores son cambiados para darle un aire más juvenil y encantador ante los ojos del público; los jefes han decidido que hoy será su último día en el área nupcial y será trasladada al departamento de ropa casual... le alejarán de lo que durante veinte años fue su vida.
Una lágrima resbala por su mejilla; pero, el encargado del nuevo arreglo, como todo ser humano, la ignora y sin saberlo, elimina todo rastro de ella: porque ante los ojos del hombre no siente, es solamente un maniquí más.
Una marioneta sin vida y sin corazón.
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Prometo que la tabla de tristeza será mi última depresiva —almenos eso espero—. He escrito mejores; pero ando en un tiempo de nueva mentalización.